Cultiva más de una decena de productos que hoy llegan al paladar de los iquiqueños.
Oriunda de Ibarra la ciudad blanca del Ecuador, conocida por sus fachadas blancas con las que se bendijo la reconstruida localidad en 1872, después del devastador terremoto de 1868. Allí se crio Mariana de Jesús Flores Montedeoca hasta los 8 años, posteriormente estuvo en Quito y luego se radicó en Guayaquil unos 30 años más.
Madre de cinco hijos, a quienes formó prácticamente sola, haciendo múltiples trabajos para poder sacarlos adelante.
Mariana narra que se vino a Iquique en 1991 gracias a los consejos de una mujer que le dijo en Chile podría ganar más dinero para ayudar a sus hijos. Y lo hizo, atravesó una distancia mayor a los tres mil kilómetros, se vino a un país sin conocer a nadie, con la firme promesa de hacer todo para que sus hijos terminaran la educación media.
En el trayecto vivió situaciones complejas, rebajó más de 30 kilos, estuvo hospitalizada en dos ocasiones una de ellas al ser operada de apendicitis, luego las cosas mejoraron, conoció a un hombre con quien se casó por civil y por la iglesia. Una vez radicada con su esposo iquiqueño, en una casa ubicada en calle Amunategui con Orella decidió sembrar, decía que siempre le habían gustado las flores y el pasto, y pensó que al sembrar la tierra algo hermoso cosecharía.
Y así fue, aunque inicialmente quería una palmera, esta planta en aquel entonces costaba 35mil pesos y no estaba a su alcance, pero dice que llegó a ella un árbol de algodón, de eso hace ya más de 24 años.
Mariana aún recuerda haber comprado una tierra de hojas con abono, a la cual confiesa que le tuvo mucha fe, pues imaginaba el pasto y las flores de su tierra natal. Al cabo de semanas esa tierra que muchos consideran árida comenzó a dar frutos.
Hoy, entre esos cinco por cuatro metros existen una variedad de vegetales que llegan a la mesa de cientos de iquiqueños, como el tomate, perejil, aloe vera, menta, tamarindo, yanten, papa, romero, albahaca, cebolla, espinaca y entre otras plantas que cada año va renovando.
La mujer que sembró en el desierto cuenta que nadie la enseñó, solo siente que está en sus raíces amar las flores, por eso casi a diario limpia y mantiene estos espacios.
Cuenta que en verano lo riega a diario, y cuando no, una o dos veces por semana. Dice que no tiene un secreto para cuidarlas más que agradecimiento por los frutos que le da.
Productos 100% frescos con todas sus propiedades y nutrientes intactos, pues son recolectados justo antes de ser consumidos. “Su aroma y su sabor son único, no contienen ningún elemento que pueda perjudicar nuestra salud como los pesticidas o fertilizantes”, aseguró Flores Montedeoca.
“Son sabrosos y saludables” una expresión con la que Mariana aseguró que aun en el desierto más árido del mundo la tierra es noblemente fértil para dar frutos de los cuales las personas pueden alimentarse.
Actualmente, ella lleva su cosecha semanalmente a la feria donde ofrece artículos frescos que van de la tierra a la mesa, sin atravesar una cadena logística que abulte los precios del mercado.
Y es que uno de los grandes desafíos que enfrenta el mundo ante la nueva Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible según la FAO, es que la comunidad internacional esté comprometida para actuar sobre problemas que tienen en común y que pueden ser superados en conjunto, dejándole al mismo tiempo importantes beneficios para las generaciones actuales y futuras como, hambre cero, alimentación nutritiva y prosperidad colectiva de la mano de cuidado al medioambiente.
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