Iniciaron para tratar de mitigar la crisis económica y para algunos relatos vivientes, fue un estilo de vida y crianza que aún recuerdan con nostalgia.
Andrea Ramos Leiva / Fotos: Archivos Familiares – LaQuinta-news
Las repercusiones del histórico “Martes negro” de 1929, que tiempo después sumió a la Gran Depresión a muchos países del globo terráqueo, arribó a Chile y con ello, la falta del poder adquisitivo para alimentar a las familias. Este panorama trajo consigo que, en medio del desierto más árido del mundo, surgieran pequeños pulmones verdes que comenzaron a abastecer a los habitantes de la ciudad de Iquique.
Se trataba de las quintas, espacios que se desplegaron por toda la tierra costera de la Primera Región y que poco a poco sus pobladores le dieron vida con frutas, verduras, flores y animales. De acuerdo a lo que explicó el historiador Raúl Cordero Alaniz, existían extensas y coloridas hectáreas con plantaciones en el sector centro y este.
“Por ejemplo, la de Ángel Cayazaya, dueño de la Quinta San Antonio en 12 de Febrero, entre Latorre y Sargento Aldea. Habían quintas que estaban en calle Zegers, al llegar a la población Pueblo Nuevo, una de doña Isabel Sciaraffia de Quezada, donde hoy está el templo mormón”, relató Cordero.
Otra quinta que recordó, se situaba en el sector oriente, “conocida como hospital chino, porque era una granja agrícola donde ancianos chinos se hospedaban y se dedicaban a la agricultura y crianza de aves”.
En calle Manuel Rodríguez con 21 de Mayo, se ubicó la Quinta Rosedal, la que también funcionaba como quinta de recreo, un lugar al que hoy en día llamarían “chopería”. Frente a ella estaba la de la familia Loayza, pero ambas desaparecieron en 1958 para dar paso a la población 21 de Mayo.
El provecho que le sacaban a estas tierras para producir alimentos era tal que, en la gran Quinta Montaño, en la intersección de calle Libertad con Barros Arana, eran capaces de producir 20 mil lechugas mensuales. “Esta quinta dio paso a una importante población, ya que luego se trasladó a Cuarta Sur con Genaro Gallo”, explicó el historiador.
Recuerdos vivientes
Por avenida Salvador Allende (Ex 11 Oriente y ex Av. Pedro Prado) existían dos terrenos importantes de vegetación, una era de Canio Sciaraffia y la otra de Pedro Martínez Telles, donde hoy se encuentra un jardín infantil, al lado de la escuela Croacia. Poseían cultivos de verduras, flores y numerosos guayabos, de los cuales se conserva uno y le da el nombre al jardín infantil “Los Guayabitos”.
Además, en la esquina con Cuarta Sur estaba la gran y conocida Quinta Monroy, de ahí el nombre al sector que años más tarde, se transformaría en el proyecto de casas sociales diseñadas por Alejandro Aravena, Premio Pritzker 2016, el más destacado reconocimiento de arquitectura en el mundo.
En la actualidad, algunos vecinos de dicho sector definieron como una vida tranquila y próspera el haberse criado entre pulmones verdes. Una de ellas es Olga Marinkovic Orellana, quien junto a su esposo Juan Parraguez Baeza, llegaron recién casados a vivir en una de las parcelas, donde criaron a sus hijos. “Nosotros llegamos cuando nos casamos y llegamos a vivir a la parcela 14, que en ese momento la administraba don Amalio Álvarez Quispe el año 70’ y estuvimos ahí hasta el 20 de enero de 1984, cuando tuvimos que salir para darle paso al progreso, porque como eran terrenos municipales se tenían que entregar, ya que en esos terrenos Serviu iba a construir”, sostuvo Marinkovic.
Para Olga vivir en esos tiempos significaba disfrutar de la vida sana, produciendo verduras no solo para la venta, sino que para el consumo propio, ya que aprovechaban los beneficios que entregaba la tierra en esos sectores.
“Los primeros recuerdos que tengo es que la parcela era hermosa, porque era todo verde, todo bonito, comparado a lo desierto que era en ese entonces la ciudad; poca gente, solamente los trabajadores, poco vehículo, todo muy tranquilo. Una vida muy tranquila, yo criaba a mis niños, todos sanos, no había peligro de nada y jugaban al aire libre”.
Este estilo de vida también implicaba grandes sacrificios, ya que se levantaban muy temprano para preparar la siembra del día. “Yo saliendo del servicio militar, me fui a las quintas a trabajar la tierra. Era muy pesado, porque era un arenal. A las siete de la mañana había que empezar a trabajar, regar, dar vuelta la tierra y sembrar. Ahí estaba todo el día, todos los días, todo el año”, contó Juan Salazar, parte de una de las familias más conocidas entre los que vivían en las quintas.
Quienes llegaron a vivir en ese sector, relatan cómo eran las condiciones del terreno. “Antiguamente eran los basurales de Iquique, entonces, mi papá llegó al terreno limpiándolo, preparando la tierra, a pesar que debajo eran como 60 centímetros de tierra y el resto eran conchas de mariscos. Otros lugares eran así como el Cerro Dragón, buenas para las verduras y para las flores. La agricultura se basó en verduras y algunos frutos como la guayaba que se daba bastante bien y la breva”, recordó Wolfgang Martínez, quien creció junto a sus hermanos, jugando y ayudando a su padre a trabajar la tierra.
Infancia en las Quintas
Entre los niños y niñas que vivieron en esos años, se encontraban las hermanas Evans, hijas de Ricardo Evans, actual dueño de la empresa de buses. Ambas recordaron lo maravilloso que fue vivir en esos años, entre árboles y tierra, donde utilizaban su imaginación y lo que tenían a la mano para jugar.
“Yo viví y crecí entre los canchones, entre los repollos. Mi abuelo -tipo seis de la mañana-, me silbaba y yo saltaba de mi cama y lo acompañaba a regar con unas tremendas mangueras, me encantaba. No teníamos problemas de espacio, corríamos por los canchones, había árboles de brevas que eran como barcos piratas. Llegaban nuestros primos, acampábamos, la pasábamos re bien”, expresó Cristina Evans.
Espacios libres de cierres perimetrales y que Karen Evans, recuerda con mucha nostalgia. “En ese tiempo no había divisiones, así que uno pasaba por entremedio de los canchones para llegar a cualquier lugar. Fue muy libre, no había delincuencia, no había maldad. Yo jugaba en una higuera, una higuera era una casa para mí y mi hermana. Jugábamos con un tolva que era nuestro resbalín y nos vestían con pantalones para no rayarnos las rodillas”.
Con nostalgia también recuerda esos tiempos Patricio Clery, quien se juntaba con las hermanas Evans a jugar en las parcelas. “Éramos varios amigos, los Evans, los Bolocco, jugábamos pichangas y cuando nos daba sed, tomábamos agua de la misma manguera con la que regaban. Era maravilloso, un espacio grande y generoso, muy verdoso y que contrastaba con todo el desierto que había en esos años. La gente venía a comprar acá, era una vida muy tranquila”.
El adiós
A fines de los 70’ y mediados de los 80’, las quintas comenzaron a desaparecer por las manos públicas que proponían dar paso al progreso y a la construcción de viviendas. “Iquique creció mucho y como nosotros arrendábamos no más, nos quitaron el terreno, nunca nos los vendieron, porque aquí iban a hacer poblaciones. Irse de ahí fue un golpe tremendo, años viviendo ahí, dejamos todo ahí porque nunca nos quisieron vender, lo intentamos, pero no se pudo”, recordó Juan Salazar.
“Echamos de menos nuestros olivos, higueras, higos y muchas cosas. Se sembraba lechuga, acelga, coliflor, repollo, espinaca, albahacas, porotos verdes, aparte yo criaba a mis propios animalitos, tenía patos y gallinas, pero todo eso se tuvo que terminar, porque dónde íbamos a tener todo eso”, agregó Olga Marincovic.
Por su parte, Patricio expresó que fue un cambio violento para él y para todos y todas quienes crecieron ahí. “Fue un tremendo cambio, de venir acá, comprar una lechuguita, una acelga, unos rabanitos, unas flores donde los Martínez, por ejemplo, que lo comprabas directamente con el chacarero a después encontrarlo en una gaveta, en una repisa, en un mueble en la feria. Encuentro que fue bastante injusto, cuando se tenía que haber potenciado esto, haberlo mejorado y no hacerlo desaparecer tan violento. Es un contraste tremendo, encontrarse solo con casas habitaciones, cuando había tanto verde, árboles generosos y ya no están”.
Hoy las quintas son solo un recuerdo, ya que ni siquiera quedan restos de pulmón verde en el sector. Algunas de las chacras se trasladaron hasta la comuna de Alto Hospicio y actualmente, solo existen casas, además del Terminal Agropecuario, los departamentos sociales, el terminal de buses Santa Rosa y el jardín infantil “Los Guayabitos”, donde aún vive el guayabo que remonta a sus pobladores a los días donde se producían frutas y verduras en el norte.
Hola fotos de las parcelas de alto hospicio donde puedo encontrar
Fue muy agradable leer los relatos incluidos, yo tuve el privilegio de ser uno de los primeros niños que llegó a la población Caupolican, y desde allí estábamos a unos metros de las Quintas. Se veían lindas y llenas de vida
Lindos recuerdos. Invitaba a mis compañeros de curso a bañarse en los estanques y comer tunas. Mi quinta era la segunda foto publicada, era de mi abuelo Ubeda.También había espacio para criadero de gallinas . Hermosa niñez hasta 1973.