Cultivar en el desierto es una tarea compleja y sacrificada y más aún en una ciudad costera donde a las altas temperaturas, dureza y escasez del agua, le sumamos la cercanía con el mar que le aporta aún más salinidad al suelo.

Por lo que esta labor cuando prospera se convierte en un verdadero arte o ritual familiar para quienes lo practican.


Bajo estas mismas razones, nos podemos imaginar el por qué en Iquique son tan escasos los jardines o huertos con árboles frutales, sin embargo, caminando por calles menos transitadas de la ciudad, donde la arquitectura permite una mayor intimidad vecinal, muchas veces se encuentran pequeños oasis urbanos donde se nota la labor y el cuidado de las personas, ya que los vegetales en nuestra zona solo crecen bajo nuestra mano.


En el pasaje Cabo Miguel Ángel Guerrero, cercano a el Mall Plaza, habita el matrimonio iquiqueño conformado por Giglia Varas y Alfonso Lay, quienes nos mostraron orgullosos su mata de maracuyá (Passiflora edulis) que sembraron hace tres años.


Ambos indican que sacaron la pulpa y la plantaron, los cuidados que le dan son de limpieza y poda. Al principio, esta misma planta la sembraron en una gran maceta al estilo bonsái frutal y su primera producción fue de 70 frutos. Luego fue trasplantada a tierra y hasta el momento, la producción se ha disparado a 120 y después 160 frutos grandes cada seis meses.


También nos indican que les ha sorprendido el tamaño excesivamente grande de esta última carga de su mata y lo atribuyen al cambio climático, porque nos comentan que han seguido el mismo patrón de riego y abonos que antes.


La señora Giglia, de origen pampino, nos comparte un consejo que le dio su madre: “si vas a plantar un árbol, aunque sea en la calle, que sea un árbol que dé frutos, porque vas a gastar la misma agua, la misma energía y no importa si la gente que pase lo saque, dado que de todas maneras lo va a provechar, porque el agua no se vota”.

Mientras nos conversaba el por qué de la decisión de enfocar sus cuidados en una planta comestible, su esposo quien es motorista pesquero jubilado, continuaba protegiendo con mallas para que logren su maduración y no se caigan producto del enorme calibre de sus frutos de maracuyá.

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