Rubén Moraga Mamani
En el futuro cercano, los habitantes de Tarapacá -habitantes del desierto más árido del mundo y en su mayoría concentrados de la zona costera- tendremos que desplazarnos a zonas más altas o a áreas de costa más amplias debido al aumento del nivel del mar, con menor disposición de agua dulce por agotamiento de nuestras reservas acuíferas y una mayor oscilación térmica, lo que nos lleva a contar con días extremadamente calurosos y noches extremadamente frías.
Acción ante el cambio climático: la voluntad de vivir
Nuestro planeta es un ser vivo. Sí, así como te lo imaginas. Un organismo complejo que tiene como esencia nacer, crecer y morir. Respira, necesita agua, se alimenta, libera energía, se estresa y se defiende de lo que le hace daño. Lamentablemente, la imagen fraccionada que hemos construido del mundo nos dejó durante años en la misma situación de ignorancia que posee una célula cancerosa respecto a su pertenencia a un organismo vivo superior. Esto nos hizo inconscientes de que los recursos eran agotables y no renovables, ciegos de que la acumulación de la actividad humana producía impactos irreversibles y sordos ante las advertencias tempranas de los años 70s y 80s que hicieron parte de la comunidad científica y movimientos sociales en distintas partes del planeta.
La mortal ola de calor que está afectando el norte del continente, la zona central de nuestro país -en medio del invierno más seco en los últimos 60 años- y las inundaciones en Europa, son efectos directos del calentamiento global y el cambio climático en el planeta. El gradual y constante aumento de temperaturas en el mundo son un claro síntoma de que estamos ante un innegable cambio en el clima y, con ello, estamos ad-portas de una nueva era de la humanidad en la que nos adaptaremos o pereceremos, sobre todo quienes vivimos en zonas desérticas.
Las variaciones del clima son un proceso que ha acompañado la vida del planeta Tierra desde su origen. O mejor dicho, su presencia tiene un origen natural, como lo fueron las edades de hielo y los periodos interglaciares más cálidos. Empero, el actual proceso de calentamiento que enfrentamos se ve empeorado y acelerado por el vertiginoso aumento del dióxido de carbono y otros gases invernadero como resultados de la actividad humana y el uso excesivo de petróleo, carbón y gases para el funcionamiento de la infraestructura planetaria y la economía.
Toda actividad humana consume oxígeno y produce dióxido de carbono, los organismos vivos y nuestro planeta también. Eso sería equilibrado y, como consecuencia, el cambio climático más gradual, sino fuera porque nuestra concepción del desarrollo y el crecimiento económico se sustenta en la explotación no sustentable de los recursos naturales y en una matriz productiva que funciona, en su mayoría, mediante el uso de combustibles fósiles. En consecuencia, la carga extra de dióxido de carbono y gases que arrojamos a la atmosfera y que nuestro planeta, en su ciclo natural, no es capaz de procesar, por lo que se acumula en la atmosfera comportándose como una barrera que retiene el calor del planeta de sobremanera.
Lo anterior, tiene como consecuencia deshielos de las masas glaciares, inundaciones, huracanes devastadores, migración de especies, desertificación acelerada, impacto en la agricultura, propagación de nuevas enfermedades y pandemias, escasez de agua y alimentos, aumento del hambre y la pobreza.
En otras palabras, el pensamiento hegemónico, el sistema económico y su modelo de desarrollo extractivista, premeditado para generar riqueza inmediata, lo que hace, en el mediano y largo plazo, es generar pobreza y la muerte anticipada de seres vivos, entre ellos, nosotros los humanos. Algunos pocos disfrutan de las dadivas inmediatas del crecimiento económico a costa de la continuidad de la vida humana en el planeta, sobre todo en nuestra región.
En el futuro cercano, los habitantes de Tarapacá -habitantes del desierto más árido del mundo y en su mayoría concentrados de la zona costera- tendremos que desplazarnos a zonas más altas o a áreas de costa más amplias debido al aumento del nivel del mar, con menor disposición de agua dulce por agotamiento de nuestras reservas acuíferas y una mayor oscilación térmica, lo que nos lleva a contar con días extremadamente calurosos y noches extremadamente frías.
Ya sea que ocurra en 40, 80 o 120 años, esta es una realidad que debemos comenzar a asumir y comenzar a proyectar soluciones. Desde ya podemos realizar acciones que vayan en pos de morigerar, mitigar y retardar ese instante, pero seguirá siendo algo inevitable, por tanto, estamos obligados a pensar, diseñar e implementar nuevas formas de habitar Tarapacá en el futuro. La responsabilidad para llevar adelante este proceso recae de igual forma en la ciudadanía, la sociedad civil, en las autoridades civiles y en las fuerzas militares. En estos tiempos, el cambio climático es una amenaza para la defensa y la seguridad de la vida en nuestra región y todos los actores del sistema de la defensa nacional debieran estar alertas y en la primera línea para encontrar soluciones de adaptabilidad. Porque en el siglo XXI la defensa nacional es más que el manejo de escenarios de conflicto con los países vecinos.
Para ello, no bastan coordinaciones meramente alegóricas ni las consignas publicitarias. Se requiere de una batería normativa que permita determinar claramente las funciones, atribuciones e instituciones de diversos actores para con la responsabilidad humana de asegurar un futuro sostenible y sustentable para las nuevas generaciones.
En tal sentido, la nueva constitución debiese incorporar este enfoque, garantizando el derecho a la vida y a un futuro sostenible, establecer los principios de un nuevo modelo de desarrollo y permear a la comunidad de la defensa y a la comunidad científica sobre la urgente necesidad de comenzar a diseñar alternativas de existencia en el desierto más árido del planeta.
El país y la región debiesen contar con una acción climática conjunta que supere la mera articulación de lineamientos de política pública, ya que no da el ancho. Hay que crear o adaptar toda la institucionalidad de forma transversal respecto a la amenaza del cambio climático, tanto nivel de la cultura como de la política; de la misma forma como ocurre con el enfoque de género o de plurinacionalidad.
Fomentar el uso de energías renovables, preferir el transporte público o la bicicleta, desincentivar el uso del vehículo particular de combustible fósil, fomentar la conciencia ecológica tanto en actores sociales como en funcionarios del estado, apostar seriamente por el reciclaje y la economía circular, reducir el consumo de carnes, controlar el desperdicio de alimentos, fomentar y promover la producción agroecológica, modificar el estándar de explotación minera, cambiar nuestro modelo de desarrollo y patrón de acumulación de riqueza, etc. Sabemos que no es una tarea sencilla, pero antes que todo hay tener voluntad e inteligencia, la más básica de todas las voluntades e inteligencia de cualquier organismo vivo: la voluntad de vivir y reproducirse en condiciones óptimas de existencia.