Paula Herrera
Aún estamos a tiempo. Con nuestros propios ojos podemos observar el cambio climático, a simple vista están las secuelas de años de destrucción. La sequía, smog, glaciares derretidos, deforestación, temperaturas inesperadas, son señales de que el planeta está agonizando y que a pesar de los esfuerzos de algunas instituciones públicas y privadas aún no hay […]
Aún estamos a tiempo.
Con nuestros propios ojos podemos observar el cambio climático, a simple vista están las secuelas de años de destrucción. La sequía, smog, glaciares derretidos, deforestación, temperaturas inesperadas, son señales de que el planeta está agonizando y que a pesar de los esfuerzos de algunas instituciones públicas y privadas aún no hay cura. ¿Por qué?, podemos pensar en muchas razones, pero para mí siempre va a predominar el conflicto de intereses de los poderosos, de los líderes económicos y políticos que protegen la industria y sus ingresos por sobre el medioambiente.
Ante este panorama, creo que no podemos esperar, y que somos nosotros –ciudadanos comunes y corrientes – los que debemos tomar conciencia y hacer algo por nuestro planeta. Enfrentar el cambio climático con nuestras propias herramientas puede ser nuestra causa de lucha común, lo que nos une y lleva a proponernos grandes desafíos. Cada uno puede aportar desde su vereda para disminuir el consumo de alimentos y/o productos elaborados en industrias con grandes índices contaminantes.
Esa fue mi opción cuando decidí dejar de consumir productos elaborados en la industria ganadera, por el impacto que tienen en el medioambiente las emisiones de amoniaco y de gases de efecto invernadero, y por el gran consumo de recursos hídricos que se requiere para mantenerlas. De acuerdo al reportaje “El verdadero costo de la carne” publicado en biobiochile.cl (domingo 13 de diciembre, 2020), Greenpeace estima que el 14.5% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero son generados por esta industria, cifra equivalente a lo que emiten todos los medios de transporte juntos; autos, trenes, barcos y aviones. En este mismo reportaje también dice que según el estudio presentado el año 2010 por Waterfoot Print, la huella hídrica de la carne es más alta que la de las verduras, puesto que las verduras tenían una huella aproximada de 322 litros de agua por kilogramo, mientras que el pollo 4.325, el cerdo 5.988, la oveja o carne de cabra 8.763 y el bovino 15.415.
Desde que tomé conciencia real de la crisis del agua y la sequía no volví a consumir ningún alimento que provenga de animales; ni carnes, ni leche, ni huevo, ni queso. Tampoco compré más ropa de cuero, ni maquillaje y otros productos testeados en animales. Este proceso se fue dando de manera paralela a vivencias personales que me llevaron a comprometerme más aún con la causa; mi inicio como practicante de yoga y la adopción de un gato callejero que cambió por completo mi manera de relacionarme, sentir y pensar a los animales.
Con este ejemplo, no quiero decir que todos debemos ser veganos ni algo que se le parezca, a través de mi caso quiero invitarles a ponerse sus propias metas, a pensar y repensar su relación con el planeta y con las vidas que habitan en él, ya que pequeños cambios marcan la diferencia. Desde cambiar la hamburguesa de carne por una de legumbre, la leche de vaca por leche vegetal, el auto por la bicicleta, duchas largas por duchas precisas, ropa nueva por ropa re-utilizada, vegetales y frutas de supermercado por unas de nuestra propia huerta.
Creo que todos como animales de costumbre que somos podemos hacer cambios en la dieta, modificaciones que incluso pueden mejorar nuestra salud al disminuir el consumo de carnes transgénicas, teniendo en cuenta que la mayoría de los animales son inyectados para aumentar su tamaño y acelerar su desarrollo, y que ya no se trata de matar un animal por sobrevivencia, ni por el “ciclo de la vida”, pues son miles los ganados que mueren en manos de las grandes industrias; seres vivos- emocionales- con un sistema nervioso central desarrollado – que nacieron, se criaron y murieron en condiciones nefastas.
Para mí más allá de ser veganos, vegetarianos, pescetarianos, se trata de disminuir ciertos consumos sin necesidad de encasillarse, tener un nombre o restringirse por completo de un alimento, consiste en dejar los prejuicios de lado, derribar mitos como “es caro ser vegano” ya que la carne no es más barata que los vegetales y legumbres, “los que no comen carnes no consumen proteína” ya que hay diversos alimentos de origen vegetal ricos en proteínas, “les faltan vitaminas, no podrán reemplazar la B12” ya que esta vitamina se puede consumir a través de suplementos, “los veganos comen puras ensaladas” ya que hoy en día casi todos los platos son reemplazables y cada vez aumenta más la oferta gastronómica para este tipo de dietas.
Se trata de hacer el intento de dejar de pensar en el “placer” personal que me provoca comer una hamburguesa de vacuno y pensar en colectivo, en cómo puedo llevar una dieta que sea más amigable con el medioambiente, más empática con los animales, más consciente, para vivir y dejar vivir a diferentes especies, para mejorar nuestra calidad de vida y la de nuestro entorno. Puede que no cambiemos el mundo, ni disminuyamos altamente la contaminación, pero sí tendremos consciencia de que con las herramientas que teníamos hicimos algo por el cambio.
No podría quedarme viendo cómo agoniza el planeta sin hacer nada al respecto, no puedo ni siquiera imaginarme cómo sería vivir sin agua, pues es hasta contradictorio. Creo que todos podemos sumarnos al cambio, encontrándole sentido a las cosas, haciendo elecciones que nos permitan disminuir el gran daño que le estamos haciendo al medioambiente. Aún estamos a tiempo, por ti, por mí, por las generaciones futuras.
Paula Herrera
Vegana, catlover